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2019-01-01
Todos hemos experimentado coincidencias de hechos a los cuales no les solemos dar más importancia que la de una llamativa curiosidad. Estamos pensando en alguien y, justo en ese momento, recibimos una llamada suya; nos acordamos de una persona que hace mucho tiempo no tenemos en mente y nos la encontramos luego en la calle, o bien suena una canción en la radio que está muy relacionada con algo que sucede en ese justo momento. Algunas personas narran experiencias que nos pueden parecer aún más asombrosas, como soñar con hechos que luego suceden o percibir en la distancia un accidente o la muerte de alguien cercano.
El concepto y término de sincronicidad fue acuñado por Carl Gustav Jung, quien lo definió asi: “la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera no causal, como la unión de los acontecimientos interiores y exteriores de un modo que no se puede explicar pero que tiene cierto sentido para la persona que lo observa.
Desde una perspectiva eminentemente racional, estos hechos son una cuestión de azar, casualidades a las que no hay que prestar más importancia de la que tienen. Por su parte, los hechos extraordinarios son considerados invenciones de personas que quieren llamar a la atención o interpretaciones erróneas de hechos objetivos.
La sincronicidad nos representaría en el plano físico por ejemplo, la idea o solución que se esconde en nuestra mente, maquillada de sorpresa y coincidencia, siendo de esta manera mucho más fácil alcanzar.
Una experiencia sincrónica suele venir a nuestras vidas cuando menos nos lo esperamos, pero en el momento exacto, cambiando en ocasiones la dirección de nuestras vidas e influyendo en nuestros pensamientos. Pero para ello, tenemos que estar receptivos y atentos al mundo que nos rodea, creando la apertura a esa posibilidad de sincronicidad.
Cuanto más alertas estemos con respecto a nuestro entorno, más probabilidades habrá de que ocurra la sincronicidad a nuestro alrededor o al menos, que le prestemos atención desde pequeñas conversaciones, canciones de la radio o mensajes publicitarios, por ejemplo, hasta encuentros aparentemente “fortuitos”. Tan sólo hay que estar atentos.
Si dejamos a las circunstancias fluir y no presionamos ni forzamos la ocurrencia de sucesos o la voluntad de las personas, mientras mantenemos una actitud receptiva y de apertura, dejándonos llevar por nuestra intuición y nuestra sabiduría interior, nos abriremos a “la magia” que nos ofrece la experiencia de la sincronicidad. Si sabemos escucharla puede convertirse en una buena guía para nuestras vidas.
Quizás esta sea una de las muchas leyes universales que no puedan ser probadas con demasiada seguridad, pero que sin embargo su presencia ha guiado la vida de multitud de personas sin siquiera pensarlo, y es una de las razones que nos hace mantenerla vigentes.
Física cuántica, pensamiento oriental y sincronicidad
La mecánica cuántica es aquella rama de la física que se encarga de describir el comportamiento de las partículas subatómicas, es decir, de las partes más pequeñas de las que está compuesto el universo.
Un desconcierto similar al que podemos vivir cuando experimentamos una poderosa sincronicidad, es decir, que se tambalea nuestro punto de vista racional y estructurado, fue lo que vivieron los físicos a principios del siglo pasado, cuando empezaron a descubrir la extraña, o incluso mágica manera, en la que se comporta la materia subatómica.
El mismísimo Albert Einstein, que con su teoría de la relatividad revolucionó la ciencia y fue precursor de la física cuántica, se dedicó los últimos 20 años de su vida a procurar evidenciar las inconsistencias de la teoría cuántica, ya que le parecía increíble que el mundo funcionara de manera tan singular. Los estudios posteriores demostraron que, a nivel subatómico, el mundo se comporta en gran parte de un modo impredecible y paradójico, cuestionando de manera contundente nuestro sentido común.
Experimentalmente se ha verificado que si se afecta a alguna de las partículas la otra se ve alterada de manera sincrónica. Si como al parecer todos los elementos que componen en el universo, incluyéndonos, son consecuencia de una gran explosión de una masa densísima, se puede inferir que a nivel subatómico continuamos manteniendo un vínculo con el universo entero.
Similitudes con el pensamiento oriental
La relación entre física cuántica y la cosmología oriental es un tema complejo y controvertido.
Es suficientemente conocido que las partículas subatómicas se pueden comportar en ocasiones como ondas y en otras como partículas. Quizás lo más sorprendente para nuestra mentalidad cartesiana son los resultados experimentales en los que se evidencia que un átomo puede estar y no estar en un lugar, o estar en dos lugares a la vez. También, que puede girar en una dirección y a la vez en la contraria. Todo esto recuerda al mundo de misterio de la que nos hablan tanto Jung como los místicos al referirse el principio unificador y sus manifestaciones.
El físico David Bohm postula que en el universo funciona un orden implicado, subyacente al orden desplegado, reproduciendo las diferencias que hace el budismo entre el mundo ilusorio de maya y el principio unificador. Los físicos describen también que una gran parte de la constitución de la materia que observamos está vacía, siendo este uno de los aspectos a los que alude el Tao.