El primer vínculo que todo ser humano experimenta es con su propia madre. Y esto prácticamente lo podemos observar desde el mismo momento de la concepción, el desarrollo del embarazo, el nacimiento y los primeros años de vida del hijo. Es a través de ella y el padre por quien venimos a este mundo a tener una experiencia humana en un cuerpo físico.
Este vínculo es enorme. Nos alimentamos de ella, recibimos las emociones que ella experimentó durante el embarazo, positivas y negativas. Por lo tanto, esta simbiosis nos lleva a reconocer que nuestra madre es el primer espejo por medio del cual nos reconocemos como seres humanos y empezamos a ver el mundo y a conocerlo. Ella marca el inicio del desarrollo de nuestro carácter y personalidad.
El aprendizaje emocional y los programas inconscientes, positivos y negativos, se graban en los primeros años de vida del niño. Y dependiendo de lo que ha pasado en esa relación madre-hijo, como adulto voy a tener una emocionalidad sana o no.